viernes, 27 de junio de 2014

Hoy, escribí

Hoy, escribí. Sí, tenés que ir a comprar la comida para la noche, tenés que cargar la tarjeta de colectivo, tenés que estudiar las clases anteriores de las dos materias que cursás mañana , hacer ejercicios y entenderlos, tenés que seguir practicando para el parcial de pasado mañana, tenés que bañarte, tendrías que ir a correr para bajar la panza incipiente que se te está formando por el sedentarismo, tenés que afeitarte, tenés que pasar el trapo y barrer el departamento, tenés que atender las notificaciones del calendario del celular, tenés que pasar a tu amigo de la facultad que hizo 288 puntos en un jueguito, tenés que aprender los acordes de cuarta, tenés que sacar un tema de Beady Eye, tenés que pensar en lindo auto que podrías llegar a tener en el futuro, con vidrios polarizados y muy fino, tenés que husmear las aplicaciones de tu computadora que nunca abriste, tenés que desactivar algunos programas que están haciendo enlentecer el sistema, tenés que descansar, tenés que cambiar la foto de perfil en Facebook, tenés que mirar un vídeo tutorial en YouTube sobre el AutoCad 2014 y ver la serie Sillicon Valley o como se escriba, tenés que contestarle la pregunta que te está haciendo tu compañero de departamento, tenés que hacerte una paja, tenés que ponerle talco a las zapatillas negras, tenés que mirar por la ventana a ver cómo anda el clima, tenés que ordenar el pullover y el jogging que dejaste tirado arriba del puff  junto a la guitarra, tenés que pensar en cómo organizar la agenda para mañana, tenés que regar el potus y la lengua de suegra, tenés que prender la luz porque está oscureciendo, tenés que armarte la cama, tenés que tomar algo para el dolor de cabeza, tenés que terminar el libro ese de Coetzee y el de matemática de Paenza que hace como tres meses que lo venís pateando, tenés que cruzarte de piernas, tenés que rascarte la nariz, tenés que pensar cómo hacer para tener una actitud más aguerrida frente a la vida, tenés que pensar si sos de izquierda o amigo de Bush, tenés que jugar un partido de ajedrez con tu compañero y romperle el culo, tenés que mirar la hora, tenés que leer las noticias de hoy en los rubros ciencia tecnología música espectáculos diseño fotografía etc., tenés que dejar de pensar que hace un tiempo largo que no te sentás frente a la computadora a tirar un par de líneas sobre una hoja blanca... Y hacerlo.
Estás un poco frustrado. Más allá de la vorágine de tu vida actual, del “una cosa atrás de otra” y cero tiempo para levantar la cabeza y preguntarte dónde estás, venís errando literariamente hablando. Uno, tenés muy poco tiempo para escribir. Dos, no se te ocurre nada. ¿Qué pasó con el pibe que medía la cantidad de páginas escritas, y que había hecho el cálculo de que si escribía dos páginas buenas de nueve a diez p.m. todos los días, al final de cada año iba a tener libros de 730 páginas cada uno (y sin contar los años bisiestos)? Lo que más te sorprende es que vos mismo fuiste esa persona. Está bien, las situaciones, el contexto no es el mismo. En ese momento eras un ermitaño, como te había dicho tu vieja. Un ermitaño dedicado pura y exclusivamente a la literatura, a pasárselas todo el día leyendo y escribiendo en esa habitación dos por dos, que hoy está a 30 km. de distancia de tu posición actual. Está bien, hoy ampliaste tu cabeza, hoy estás viviendo solo, estás aprendiendo física, matemática, informática, estás relacionándote con un entorno nuevo, amás (principal carencia comparando con el pasado), ponele que te cocinás y que sos feliz. Antes no lo eras. La balanza es categórica: lo único que antes tenías y que ahora no tenés son tiempo y ganas para escribir. Ah, y algo más valioso todavía: ideas.
Te preguntás cuántos cuentos inconclusos arrancaste desde el principio de esta era de “fobia a la hoja en blanco”. Cuatro, cinco. Recordás que empezabas ideándote el ambiente y los personajes, las situaciones conflictivas, el meollo del asunto. Todo te parecía parte de una obra descomunal de un escritor todavía desconocido pero con un futuro imparable. Hacías anotaciones en el celular que tenías, palabras claves, frases dichas por algún personaje, temas a tratar, maneras de eclipsar la historia…
El problema estaba cuando te sentabas delante de la máquina. En ese pasado, un poco más inmediato que el pasado anterior, que el pasado de escritor nato, recordabas que antes no te costaba en absoluto arrancar una historia. Tenías la frase clavada en la frente, abrías el archivito de Word y saltaba sola. Después, el resto era teclear hasta poner el punto final. Nombre del cuento o poema, guardar como, carpeta “escritos propios” y a pensar en el próximo texto. En ese pasado, ya no gozabas de dichos privilegios. Meter la primera te hacía transpirar las yemas de los dedos y mojar las teclas de la máquina. Te ponía los pelos de punta el hecho de borrar una oración de tres renglones porque no tenía ningún sentido, lo sentías como una pérdida, una vuelta atrás, un retroceso. Nunca creíste en la inspiración y en esas cosas que plantean algunos escritores, pero empezabas a preocuparte.
El miedo se te fue atenuando de a poco con las nuevas responsabilidades, el nuevo estilo de vida, los nuevos conocimientos que ibas adquiriendo. Sos de tener objetivos altos, casi inalcanzables, así que buscaste la manera de encontrar la literatura en el nuevo entorno. Te fue bastante bien. Descubriste millones de cosas relacionadas entre tu capacitación profesional y tu hobbie más intenso, y donde no había relaciones, conectaste puntos vos mismo. Así se fue haciendo, digamos, “soportable” el hecho de no escribir, o de no tener ideas ni tiempo para hacerlo.

Pero no te alcanzó: hoy decís “necesito escribir”. Gritando. Estás con un millón de cosas pendientes, pero necesitás escribir. Estás en una de las peores partes de exigencia de tu vida académica, pero necesitás escribir. Y te preguntás: bien, necesito escribir, pero… ¿qué mierda escribo? ¡Si no se me ocurre nada! Entonces te contesto: escribí lo que se te da la gana, pero escribí. Tomate una hora de tu existencia para volver a sentir ese placer tan estúpido (pero placer al fin y al cabo) de pasar de la hoja uno a la dos, de la dos a la tres y así sucesivamente, y luego mirar el quilombo de letras que creaste, que combinaste, que unificaste en un texto que podés considerar tuyo. ¿Y el tema? ¿Los personajes? ¿La problemática? ¿El punto de no retorno? ¿La estructura? ¡Qué se vayan a la mierda! Vos vomitá, largá esa cantidad de boludeces que tenés acumuladas en la papelera y reciclalas. Guardate el esquematismo para otro momento. Guardate el método para otro momento. Y que te importe un huevo la comida, la tarjeta, el estudio…