«Dice Barthes que ya no hay un
adolescente que viva este fantasma: ser escritor. Recuerda una pregunta de su
juventud: ¿de cuál de sus contemporáneos podría querer copiar, no la obra sino
las prácticas, las posturas? La manera de fumar, de tomar café; la manera de
pasearse por el mundo con una libreta de notas en el bolsillo y una frase en la
cabeza. Es decir: ser su fantasma.
Ese doble de
Barthes es Gide. Barthes "lo veía" a Gide deambulando por Rusia o por
el Congo. Leyendo los clásicos y escribiendo sus carnets en el vagón
comedor de un tren, esperando los platos. Finalmente, lo vio realmente un día
de 1939 en París en el fondo de la cervecería Lutetia, comiéndose una pera y
leyendo un libro. Se encontró con el escritor sin su obra. Entonces define ese
encuentro como forma suprema de lo sagrado: "señal y vacío". Es
legítimo aseverar que en esa cervecería parisina, Barthes se encontró con Gide
por segunda vez.»
Leyendo este
fragmento en la revista Ñ de Clarín (empecé a coleccionarla, me acerca
muchísimo al mundo de la literatura actual), me recuerdo a mí mismo haciendo
con Cortázar, con Borges, lo que Barthes con Gide: los sacos de Julio, los
gestos de sus manos enormes al hablar sobre un cuadro de Paul Delvaux, sus
recorridos por las librerías de viejo de París, su mirada de poeta en estado de
inspiración al estar enfrente del Sena, sentado, con tres libros sobre las
piernas. Las fotos de Borges en las bibliotecas, observando los lomos de los
libros, las manos sobre el bastón, la mirada perdida, la intimidad con su gato.
Todo eso quería copiar, atraer hacia mi vida, hacerlo propio.
Recuerdo, en
particular, un sábado a la noche que pasé solo. Estaba en cuarto de la
secundaria. Era una época en la que no salía a los boliches.
Creo que había
terminado de leer una novela o una serie de poemas y sentí eso que siempre se
siente al terminar de leer: felicidad melancólica, una especie de vacío cómodo,
lleno de miel. Necesitaba perpetuar la sensación. Decidí salir a caminar.
Quería, en realidad, ir a un bar de mi ciudad, uno famoso, al que frecuentan
obreros, gente humilde. Quería ir y sentarme a tomar un café, a pensar sobre la
existencia, pero con un agregado: llevarme un bloc de notas. Anotar pensamientos.
Transferir esas elucubraciones al papel. Hacerme el artista. Había mucho de snob en esto, pero no me importaba: la
idea era copiar el comportamiento de un escritor de verdad, un escritor posta. Quería parecerme a ellos.
La realidad es
que me puse una campera verde oscura típica de bohemio del mayo francés (se la
había robado a mi viejo), agarré el atado de cigarrillos y salí a caminar,
aunque –por timidez- no me senté en el bar. Ni me llevé el bloc de notas. Solo
pensé. Pensé que estaba caminando en París, como Cortázar. Fumaba mientras
miraba los árboles, las casas, la gente. Fumaba y pensaba en escribir un cuento
nuevo, un cuento que me permitiera hacer realidad eso de que estaba en París
fumando y que era artista. Y que me sentaba en bares a diagramar mi próxima
novela, con un bloc de notas como herramienta. Y que no tenía vergüenza.
Cuando volví a mi
casa, escribí. Un cuento estúpido. Estúpido, como los pensamientos “filosóficos”
que me surgieron al terminar el libro. Estúpido, como la interpretación
desacertada que seguramente le di a éste. Estúpido, como las notas que hubiese
escrito si me llevaba un bloc y me sentaba en el bar. Pero hoy descubro algo
que juega a mi favor: casi al final de la nota, el autor cita a Barthes: “Tengo
una enfermedad: veo el lenguaje” (la
cursiva es mía). Yo, esa noche, tuve el síntoma.
qué bueno que retomes el blog!... no tires "lo estúpido", archivá. Más adelante puede ser "el motivo formal mínimo" de algo no estúpido. Algo para ser desarrollado. Un idea, un giro, una palabra o dos... inclusive el gesto... Lo otro (que a mi me resulta) es "descentrarme" en la escritura, fragmentarme, mezclarme con otros, reinventarme, modificarme, ficcionarme, convertirme en algo distinto... jugar al como si. Alejarme de mí misma, mirarme de la vereda de enfrente. En definitiva, vivir otras vidas.
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