lunes, 15 de abril de 2013

¿Cómo hacés para pintar un sonido?

Qué pregunta picante, eh. La verdad que no tengo la más puta idea, pero conozco a alguien que sí, que supo pintar un sonido y que se convirtió en uno de los artistas más grandes que nos dio la historia: Edvard Munch.
Se comparaba con Leonardo Da Vinci: éste hacía estudiado anatomía humana y había diseccionado cuerpos, Munch se encargaba de diseccionar almas. De ahí el término "expresionismo". ¿Por qué el grito es un cuadro expresionista? Porque combina el estado psíquico con la naturaleza, con el paisaje, y ambos se modifican recíprocamente. Fíjense cómo el entorno en donde se encuentra esa persona/gusano nos lleva a lo más hondo del fondo de su ser: la desesperación (como se llamaba antes de su nombre definitivo), la necesidad de un grito que raje la tierra. Y fue así: el grito no sólo se mira, se escucha, retumba y nos deja sordos.
El documental que cuelgo abajo nos brinda un recorrido muy completo sobre la pintura, basándose en la historia personal de su autor y en la vida que cobra éste (el cuadro) después de unos años, para convertirse en un hito del arte. Además, se adjunta una especie de crítica a la post-modernidad, estableciendo que la masificación de esta obra de arte, utilizada como una mercancía más, ignora el verdadero sentido que tiene etc etc.
Una de las cosas que más me llamaron la atención, fue la descripción del material que utilizó el tipo para pintar. Es un pedazo de cartón, con un boceto del original en la parte trasera, manchado y hasta cortado con cuchillo. Un pedazo de cartón valuado en unos cuántos millones de dólares. Pero hay algo más trascendente y que me dejó nublado: aparte de las manchas, aparte de las rajaduras, aparte del descuido, hay una inscripción en lapicera en la parte superior, más o menos donde se exhibe el crepúsculo, que no se sabe si fue escrita por Munch o por otra persona. ¿Qué dice? Lo siguiente: "Este cuadro sólo pudo ser pintado por un loco".


Entonces yo también quiero estar loco.













Aparte de sordo, ciego... ¡Lo que son esos rojos, la desesperación hecha imagen!


jueves, 11 de abril de 2013

XXX

"El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores."
Woody Allen.

¿De qué vamos a hablar hoy? De sexo. Y todo comienza con una aclaración: no hacen falta páginas porno baratas para pajearse (tanto para la mujer como para el hombre), se puede hacer con más calidad, con más sutileza. El secreto está en la literatura erótica.

Hay dos escritores que me vuelven loco a la hora de escribir sobre sexo: Fogwill y Cortázar (cuando creé este blog me dije a mí mismo que iba a nombrarlo a Julio una vez cada tanto, porque sino se iba a tornar aburrido que todo, absolutamente todo hable de él habiendo tantos escritores grosos, pero bueno, disculpen, a veces el amor puede más que la razón, no puedo evitarlo). Se nota que los dos cogían como los dioses, y aparte sabían captar el tinte poético que tiene el hecho de coger. El primero, más seco, más arisco, el segundo, más lírico. A esta altura, me quedo con Fogwill, no solo por el hecho de que estoy leyendo Vivir afuera en estos momentos sino porque tarde o temprano se llega a la conclusión de la mayoría de los representantes del realismo: está muy bueno llevar al plano de la literatura lo llano, lo real, y no colocar en un pedestal al arte y la poesía. De cualquier manera, Julio fue el propulsor de esta tendencia, gracias a Torito, El examen (rechazado la primera vez por la editorial por contener "malas palabras"), Los premios, etc etc. Ah, y las relaciones sexuales de Libro de Manuel, que son terribles!!!

A lo que voy: pasar algunos fragmentos de estos tipos para estimular las hormonas de los lectores. Por un lado, el enormísimo cronopio relatando una relación de dos jóvenes inexpertos, vírgenes. Sensibilidad al máximo. Por el otro, Fogwill encamándose con una prostituta. Aspereza al máximo. Dos posturas distintas para una misma cosa.


Fragmento de 62/Modelo para armar, Julio Cortázar:


Las almendras y el chocolate se habían terminado, llovía despacio sobre la claraboya y Celia se amodorraba, mal envuelta en una sábana arrugada, oyendo como desde lejos la voz de Austin, perdida en una fatiga que debía ser la felicidad. Sólo por momentos la hostigaba otra cosa, como si algo se trizara finamente en ese blando, uniforme abandono, una mínima grieta que la voz de Austin volvía a colmar por un rato, y debía ser muy tarde y tendrían que decidirse y bajar a comer, y Austin se empecinaba en preguntar pero piensa un poco, piensa en eso, ¿qué conocía yo de ti?, inclinándose para besarla y repetir la pregunta, ¿qué conocía yo realmente de ti? Un rostro, unos brazos, tus pantorrillas, tu manera de reírte, lo mucho que vomitaste en el ferry-boat, nada más. Estúpido, había dicho Celia con los ojos cerrados, y él insistía, piensa un poco porque es grave, es tan importante, desde el cuello a las rodillas el gran misterio, estoy hablando de tu cuerpo, de tus senos, por ejemplo, qué sabía yo más que una forma marcándose en tu blusa, ya ves, son más pequeños de lo que imaginaba, pero todo eso no es nada al lado de otra cosa mucho más grave y es que también tú tenías que descubrir que otros ojos iban a verte por primera vez, lo que se dice verte tal como eres, enteramente tú y no el sector de arriba y el sector de abajo, ese mundo de mujeres descuartizadas que miramos en la calle, esos pedazos que ahora mi mano puede juntar en uno solo, de arriba abajo, así. Ah cállate, había dicho Celia, pero era inútil, Austin quería saber, necesitaba saber quién había podido mirar alguna vez así su cuerpo, y Celia había vacilado un instante, sintiendo que en la felicidad se abría otra vez paso la fina grieta instantánea, y después había dicho lo previsible, nadie, en fin, el médico, claro, una compañera de habitación cuando veraneaban en Niza. Pero no así, por supuesto. Pero no así, había repetido Austin, naturalmente que no así, y por eso tienes que comprender lo que es haber creado de una vez por todas tu cuerpo como lo hemos creado tú y yo, acuérdate, tú vuelta de espaldas y dejándote mirar, yo bajando poco a poco la sábana y viendo nacer eso que eres tú, esto que ahora se llama de veras con tu nombre y habla con tu voz. El médico, me pregunto qué pudo ver el médico de ti. Sí, en algún sentido más que yo si quieres, palpando y sabiendo y ubicando, pero ésa no eras tú, eras un cuerpo antes y después de otro, el número ocho un jueves a las cinco y media en un consultorio, una inflamación de la pleura. Las amígdalas, había dicho Celia, y el apéndice hace dos años. Como tu madre, si vamos al caso, cuando eras pequeña nadie pudo conocerte mejor que ella, es obvio, pero tampoco eras tú, solamente hoy, ahora en esta pieza eres tú, tampoco tu madre cuenta, sus manos te limpiaban y conocían cada repliegue de tu carne y te hacían todo lo que hay que hacerle a un niño casi sin mirarlo, sin ponerlo definitivamente en el mundo como yo a ti ahora, como tú y yo ahora. Vanidoso, había dicho Celia, abandonándose otra vez a la voz que la adormecía. Y las mujeres hablan de virginidad, había dicho Austin, la definen como la hubieran definido tu madre y tu médico, y no saben que solamente hay una virginidad que cuenta, la que precede a la primera mirada verdadera y se pierde bajo esa mirada, en el mismo instante en que una mano alza la sábana y junta por fin en una sola visión todas las piezas del puzzle. Ya ves, en lo más hondo yo te tomé así antes de que empezaras a quejarte y quisieras una tregua, y si no te escuché y no te tuve lástima fue porque ya eras mía, nada de lo que hiciéramos o no hiciéramos podía cambiarte. Fuiste bruto y malo, había dicho Celia, besándolo en el hombro y acurrucándose, y Austin había jugado con el vello rubio de su vientre y había dicho algo sobre el milagro, que el milagro no había cesado, le gustaba decir cosas así, no, no ha cesado, insistía, es algo lento y maravilloso y durará todavía mucho, porque cada vez que miro tu cuerpo sé que tengo todavía tanto por descubrir, y además te beso y te toco y te respiro, y todo es tan nuevo, estás llena de valles desconocidos, de barrancos llenos de helechos, de árboles con lagartos y madréporas. No hay ninguna madrépora en los árboles, había dicho Celia, y me da vergüenza, cállate, tengo frío y dame la sábana, tengo vergüenza y frío y eres malo. Pero Austin se inclinaba sobre ella, apoyaba la cabeza entre sus senos, déjate mirar, déjate poseer de verdad, tu cuerpo es feliz y lo sabe aunque tu pequeña conciencia de niña bien criada lo niegue todavía, piensa hasta qué punto era horrible y contra natura que tu piel toda entera no hubiese conocido la verdadera luz, apenas el neón de tu cuarto de baño, el falso beso frío de tu espejo, tus propios ojos examinándolo hasta donde alcanzaban a verlo, mal y falsamente, sin generosidad. Ya ves, apenas te quitabas un slip ya venía otro a reemplazarlo, caía un corpiño para que el siguiente aprisionara esas dos palomitas absurdas. El vestido rojo después del gris, la falda negra después de los blue-jeans, y los zapatos y las medias y las blusas... ¿Qué sabía tu cuerpo del día? Porque esto es el día, estar los dos desnudos y mirándonos, éstos son los únicos espejos de verdad, las únicas playas con sol. Aquí, había agregado Austin un poco avergonzado de sus metáforas, tienes un lunar muy pequeño que quizá no conocías, y aquí otro, y entre los dos y este pezón hacen un bonito triángulo isósceles, no sé si lo sabías, si tu cuerpo tenía verdaderamente esos lunares hasta esta noche.
—Tú eres más bien pelirrojo y horrible —dijo Celia—. Ya es tiempo de que te enteres si vamos al caso, a menos que Nicole te lo haya explicado en detalle.
—Oh no —dijo Austin—. Ya te conté, era otra cosa tan distinta, no había nada que descubrir entre nosotros, ya sabes cómo pasó. No hablemos más de ella, sigue diciéndome cómo soy, también quiero conocerme, yo también era virgen, si quieres. Oh sí, no te rías, yo también era virgen, y todo lo que te he dicho vale por los dos.
—Hm —dijo Celia.
—Sigue diciéndome cómo soy.
—No me gustas nada, eres torpe y demasiado fuerte, y estás lleno de olor a tabaco, y me has hecho daño y quiero agua.
—Me hace bien que me mires —dijo Austin—, y quisiera advertirte que no termino en absoluto a la altura del estómago. Sigo más abajo, mucho más abajo, si te fijas bien verás una cantidad de cosas: allá están las rodillas, por ejemplo, y en este muslo tengo una cicatriz que me hizo un perro en Bath, un día de vacaciones. Mírame, aquí estoy.


Rodolfo Fogwill, Vivir afuera:


(Wolf, alter ego de Fogwill, se encama con una prostituta. Monólogo interior de la prostituta):


Nunca me imaginé que un chabón de estos podría tener tantos libros y que los haya leído a todos. Este es un depto que debe costar unos quinientos mil: cinco mil por lo menos de alquiler. EStoy mojada abajo: quiero chupársela a este jovato. Blanda es mejor. Estoy segura de que si se la chupo blanda y lo hago acabar yo acabo con él al mismo tiempo y sin que él se avive. Seguro que por no cobrarle nada y por gozar el día menos pensado te tira un mil, o más. Los tipos son así. Este es un flor de hijo de puta: las caza todas al vuelo y viene y te pregunta "nena, ¿te gusta pegar?" no porque quiera que lo fajen sino para hacerte entender que le gusta darte con todo. ¿De dónde sacará la guita para bancar todo este circo? De herencia no es, porque si este tipo llega a heredar algo se lo revienta en una noche. ¿Hará la guita leyendo esos libros de mierda?

(Diálogo entre ambos):


-¡Guau...! Wolf... Cuando te reís así parece que fueras un gordo y sos flaquito.

-Me acuerdo de unos giles -repetía Wolft- que decían: "No te metas con esa mina que no acaba" y cuando yo les decía... -reía a carcajadas ahora- "Y a mí qué me importa si yo sí? ¡Si yo sí acabo!", los boludos me miraban como a un loco, o como si les dijera un chiste. Mi amor: entendeme... ¡a mí qué carajo me importa! -no podía parar de reir y ella terminó riendo por contagio.

(Monólogo interior de Wolf):


Tiene el tipo de piel que reacciona siempre como es debido. Cuando se arrodilló como para que la incitara a chupársela se le hincharon las mejillas y le fueron cambiando los colores de la cara y las manos. Aprieto ahí en el cuello y se le erizan los hombros y las tetas. Claro... No ha de ser sólo por el dolor: debe estar un poco pasada de droga. Esta porquería que me hizo jalar es fuerte... No sería raro que le hayan metido algún afrodisíaco... Alcaloide seguramente tiene, pero no tanto como ella y los que se la vendieron o se la dieron en paso de algo deben pensar...
Pero con o sin droga esta mina tiene algo en la piel que se parece a su cabeza. ¿Qué carajo tiene en la cabeza esta mina que me entusiasma tanto? Y el olor...


(Diálogo, de nuevo):


-¿Siempre te cambia así el olor? -Ella, tendida, movió apenas la cabeza como señal de que aunque pareciera dormida, lo escuchaba-. Claro... Desde que no fumo percibo mucho mejor los olores, pero vos tenés algo... En la piel... -Wolf trataba de rememorar dónde había sentido ese tipo de piel, en sus tiempos de fumador. Ella lo interrumpió:

-¡Seguí diciéndome cosas!
-Cosas... Cosas... ¡Cosas!


Una cara de cuerdo el tipo...

Julito querido!


El posible departamento donde se desarrolló la trama de la novela de Fogwill:



miércoles, 3 de abril de 2013

Fogwill, Malvinas y las drogas

La primera y última vez que subo un texto con aire de discurso, y encima sobre un tema que toca la política:


“Los diarios hablan de todo, salvo de lo diario. Los diarios me aburren, no me enseñan nada; lo que cuentan no me concierne, no me interroga y, de antemano, no responde a las preguntas que hago o que quisiera hacer.”
Georges Perec.

Ya se ha hablado muchísimo sobre la Guerra de las Malvinas, desde hace más de treinta años que persisten diferentes opiniones, críticas y contra-críticas, narraciones verosímiles de los hechos y narraciones aún más verosímiles de los hechos, escándalos mediáticos, reclamos de un lado, del otro. Ya hace más de treinta años que los dos de abril se llevan a cabo actos patriotas en donde se conmemora el aniversario del conflicto bélico. Y las islas siguen siendo inglesas. Parece que con el imperialismo no se puede batallar. Esto produce desazón. Para la desazón, casi siempre hay que buscar una salida. Mi salida personal se llama Rodolfo Fogwill.
Fogwill fue un escritor y sociólogo argentino, autor de uno de los pilares de la literatura nacional: Los pichiciegos. La temática habla sobre las Malvinas, y brinda una interpretación inédita de los hechos: contar la guerra desde dentro, dejando de lado todo traqueteo politiquero, y concentrándose en aspectos que parecen nimiedades pero que constituyen la esencia de lo acontecido. El sentir de los soldados, sus pequeñas alegrías, sus constantes padecimientos, sus deseos, sus ideas. Y justamente esto es lo que falta, lo que no se encuentra en las tapas de los diarios de la época (ni actuales), en las discusiones diplomáticas entre el gobierno argentino y el británico, en las distintas perspectivas y en quién tenía razón y quién no. Se excluyen a las miles de vidas que fueron a poner el pecho al sur, para exhibir “lo que importa”, “lo imprescindible”. Y antes de la patria, está el individuo. Entonces, ¿por qué no nos detenemos un poquito más en cada uno de estos individuos? Por eso la obra de Fogwill es ya imprescindible, porque a la vez que exhibe cómo se vivió ese período de guerra, con el frío que calaba los huesos y la posibilidad de que una bomba explote y te haga volar por los cielos, es una crítica despiadada a la incomunicación reinante en la época de la dictadura, donde nada de lo que te vendían coincidía con la realidad. De ahí el nombre Pichiciegos: el “pichi” es un bicho que vive debajo de la tierra, y que es ciego. Metáfora que podría aplicarse como moraleja en el contexto actual. Una vez más, la ficción que es más real que lo que pretende ser real.
¿Qué sentían los soldados allá en Malvinas? Miedo. Pero miedo es una palabra nomás. Mejor dejar a la tinta de Fogwill que explique un poco en qué consiste:
“El miedo: el miedo no es igual. El miedo cambia. Hay miedos y miedos. Una cosa es el miedo a algo –a una patrulla que te puede cruzar, a una bala perdida-, y otra distinta es el miedo de siempre, que está ahí, atrás de todo. Vas con ese miedo natural, constante, repechando la cuesta, medio ahogado, sin aire, cargado de bidones y de bolsas y se aparece una patrulla, y encima del miedo que traés aparece otro miedo, un miedo fuerte pero chico, como un clavito que te entró en el medio de la lastimadura. Hay dos miedos: el miedo a algo, y el miedo al miedo, ese que siempre llevás y que nunca vas a poder sacarte desde el momento en que empezó. Uno carga su miedo y espera que venga el otro, el del momento, para darse el gusto de sentir alivio cuando ese miedo chico –a un bombardeo, a una patrulla- pase, porque esos siempre pasan, y el otro miedo no, nunca pasa, se queda.”
¿Y por qué no utilizar el humor corrosivo, también? ¿Por qué no burlarse en la cara de los genocidas que nos gobernaron en la época de la dictadura? Según Marcos Aguinis, los humoristas que abordan asuntos políticos y bajan de un hondazo a los funcionarios con humo en la cabeza, gula de mando e ineficiencia administrativa le dan voz a la gente de a pie o a la sociedad amordazada. Y Fogwill también era un humorista, un humorista fino, que nos está dando voz, a saber:
“El coronel que nos habló la segunda vez se llamaba Víctor Redondo, pero tenía la cara medio triangular y finita. Me presentó a un piloto argentino que me dio la mano, me la apretaba y no me la soltaba. Miraba a los ojos: no parecía militar. Hablamos una hora sobre aviones. Después, al irme, sentí que le decían el nombre y no lo pude creer: ese se llamaba Cuadrado. ¿Sería casualidad? Tenía la carita redonda.”
Y como punto final, nada más y nada menos que el final real, el final de la guerra. Un final que es apertura para plantearnos miles de temas a nivel país e individuo. ¿Estamos conmemorando, de verdad, a los mártires de Malvinas?:
“No sabían cómo terminaba, pero sabían que terminaba. Era como en el cine, cuando se sabe que la función se acaba porque atrás ya andan los acomodadores estirando las cortinas, pero se desconoce cómo termina la película, quiénes mueren, quiénes pierden, quién se casa con quién.”


Esto es lo que tuve que leer hoy en el acto de mi escuela para conmemorar los 31 años y un día de la Guerra de Malvinas. Y recién me pasó algo muyyyyy curioso, una especie de causalidad. El otro día empecé a leer Vivir afuera, del señor Rodolfito Fogwill, después de terminar con Coetzee que casi me hace llorar con su visión tan desesperanzada de la vida (el tipo ganó el Premio Nobel de Literatura y tiene huevos, todavía, para hablar del fracaso!!!!!). Bueno, como decía, pasando las páginas de Vivir afuera me encuentro con un fragmento que me hubiese gustado agregar al "discurso", así me echaban de la escuela. Una mina, Susi, está en la garita esperando a su amigo el Pichi, frenan dos canas, llega el Pichi, y se da cuenta que éste va a hacer un maneje con los oficiales. También está su amiga, Mariana, una prostituta, que acompaña al Pichi. Ahí va:

Pudo escuchar desde el alero: los tipos reían y se asombraban de la cantidad de droga que Mariana era capaz de esconder en la vagina. Esta vez, habían sido dos preservativos llenos de productos y ellos querían saber:
-¿Es pura?
-Y yo qué se... -escuchó que decía el Pichi-. Es la parte que me tocó de una mejicaneada en Palermo.
Mentía: todas las mejicaneadas -lo sabía bien Susi- eran en la zona norte de la provincia. Oírlo mentir y hablar de mejicaneadas, y esa seguridad que empezó a sentir desde la primera pitada del cigarrillo, le estaban devolviendo el aliento. Escuchaba:
-¿Pero no la probaste? -quería saber uno, parecía la voz del de civil.
-¡Ni en pedo! Yo no toco esa mierda... -les contestaba el Pichi.
Eso sí era verdad. El Pichi nunca tomaba drogas, ni pastillas. Porro fumaba siempre y en todos los barrios por los que andaba escondía sus canutos: bolsitas de celofán de cigarrillos con dos porritos armados, o con picadura como para armar media docena de finos. Tenía canutos en huecos de árboles, en medidores de gas, en junturas de chapas -en esa misma casilla debía haber alguno de sus canutos- y en lugares donde nadie se le hubiera ocurrido buscar.
A veces perdía algún embute -llamaba "embute" a sus canutos- y andaba como loco pensando y frotándose las manos hasta que la cara se le iluminaba de alegría, y gritando "me lo acordé", salía para aparecer al rato con un manojo de cigarrillitos entre los dedos, como si fuera a fumáselos todos de una vez.
O entraba cantando:
-¡Hola chicoooos! ¡Llegó Papá Noel!
Y repartía porro para todos.
También era verdad que él pensaba que las drogas eran una mierda. Siempre decía:
-La coca, el ácido, las pepas y las anfetas son una mierda, son drogas inglesas...
Que algo fuera inglés era lo peor que sabía decir el Pichi. Últimamente que estaba metiéndose en mejicaneadas por la zona norte, cuando aparecía con plata, o con droga para cambiar, explicaba:
-Anoche reventamos a unos ingleses -aunque jamás hubiera ingleses para apretar, y aunque la mayoría de los revendedores que apretaban fuesen villeros de San Isidro o de la zona de El Tigre, o bolivianitas petisas y deformadas que a lo último que podían parecerse sería a un inglés."

Gente, esto se llama de una única manera: ¡¡¡¡¡Escribir sin prejuicios, mierda!!!!!