"El Binomio de Newton es tan hermoso como la Venus de Milo; lo que pasa es que muy poca gente se da cuenta".
Debido a algunas cosas que vengo experimentando, hay una determinada clase de personas que están llamando mi atención últimamente: los divulgadores científicos. Esos loquitos con anteojos enormes que se ponen en el medio de dos extremos: el público científico, y el resto de la sociedad. Y actúan como mediadores, es decir, le transmiten a las personas no especializadas conocimientos de alto vuelo intelectual, de una manera simple. Se me viene a la cabeza una frase de Bukowski mientras escribo esto: "Un intelectual es el que dice una cosa simple de un modo complicado. Un artista es el que dice una cosa complicada de un modo simple". Y los divulgadores científicos entran dentro de la segunda categoría. Explicar lo complejo de modo sencillo. Entonces, ¿por qué no incluirlos dentro de lo que se llama un artista?
Un claro ejemplo es el matemático y periodista Adrián Paenza. Argentino. Escribió una colección de cinco tomos llamada "Matemática... ¿estás ahí?", entre otros títulos. Me voy a centrar en ella ya que es lo que vengo leyendo en estos tiempos.
Se encarga de enseñar matemáticas (la materia que más se asemeja a una bruja en la gran mayoría de la gente, y todavía no entiendo por qué) de una manera cotidiana, creativa, artística, si se quiere. Uno de sus objetivos está en mostrar a la sociedad que esta ciencia se encuentra en cada boludez de nuestro día a día, en contraposición con el famoso cuestionamiento en una clase de matemáticas: "¿y para qué carajo me sirve esto?".
El primer tomo arranca con un cuento. Sí, porque las matemáticas también se relacionan, y mucho, muchísimo, con la literatura (si no me creen lean a Perec, y a todos los miembros de la Oulipo). Un cuento que, según nos explica Paenza, utiliza uno de sus amigos, el músico y matemático Pablo Amster, como apertura para todas sus charlas. Se encarga de poner en funcionamiento el famoso pensamiento lateral, uno de los temas que van a ser reiteradamente abordados a lo largo del libro. Y que en cierto sentido encaja perfectamente con lo que vengo escribiendo.
Se los dejo, para que saquen sus propias conclusiones:
La mano de la princesa.
La mano de la princesa.
Una conocida serie checa de dibujos animados cuenta, en sucesivos capítulos, la historia de una princesa cuya mano es disputada por un gran número de pretendientes.
Éstos deben convencerla: distintos episodios muestran los intentos de seducción que despliega cada uno de ellos, de los más variados e imaginativos.
Así, empleando diferentes recursos, algunos más sencillos y otros verdaderamente magníficos, uno tras otro pasan los pretendientes pero nadie logra conmover, siquiera un poco, a la princesa.
Recuerdo por ejemplo a uno de ellos mostrando una lluvia de luces y estrellas; a otro, efectuando un majestuoso vuelo y llenando el espacio con sus movimientos. Nada. Al fin de cada capítulo aparece el rostro de la princesa, el cual nunca deja ver gesto alguno.
Éstos deben convencerla: distintos episodios muestran los intentos de seducción que despliega cada uno de ellos, de los más variados e imaginativos.
Así, empleando diferentes recursos, algunos más sencillos y otros verdaderamente magníficos, uno tras otro pasan los pretendientes pero nadie logra conmover, siquiera un poco, a la princesa.
Recuerdo por ejemplo a uno de ellos mostrando una lluvia de luces y estrellas; a otro, efectuando un majestuoso vuelo y llenando el espacio con sus movimientos. Nada. Al fin de cada capítulo aparece el rostro de la princesa, el cual nunca deja ver gesto alguno.
El episodio que cierra la serie nos proporciona el impensado final: en contraste con las maravillas ofrecidas por sus antecesores, el último de los pretendientes extrae con humildad de su capa un par de anteojos, que da a probar a la princesa: ésta se los pone, sonríe y le brinda su mano.
La historia, más allá de las posibles interpretaciones, es muy atractiva, y cada episodio por separado resulta de una gran belleza. Sin embargo, sólo la resolución final nos da la sensación de que todo cierra adecuadamente.
En efecto: hay un interesante manejo de la tensión, que nos hace pensar, en cierto punto, que nada conformará a la princesa.
Con el paso de los episodios y por consiguiente, el agotamiento cada vez mayor de los artilugios de seducción, nos enojamos con esta princesa insaciable. ¿Qué cosa tan extraordinaria es la que está esperando? hasta que, de pronto, aparece el dato que desconocíamos: la princesa no se emocionaba ante las maravillas ofrecidas, pues no podía verlas.
La historia, más allá de las posibles interpretaciones, es muy atractiva, y cada episodio por separado resulta de una gran belleza. Sin embargo, sólo la resolución final nos da la sensación de que todo cierra adecuadamente.
En efecto: hay un interesante manejo de la tensión, que nos hace pensar, en cierto punto, que nada conformará a la princesa.
Con el paso de los episodios y por consiguiente, el agotamiento cada vez mayor de los artilugios de seducción, nos enojamos con esta princesa insaciable. ¿Qué cosa tan extraordinaria es la que está esperando? hasta que, de pronto, aparece el dato que desconocíamos: la princesa no se emocionaba ante las maravillas ofrecidas, pues no podía verlas.
Así que ése era el problema. Claro. Si el cuento mencionara este hecho un poco antes, el final no nos sorprendería. Podríamos admirar igualmente la belleza de las imágenes, pero encontraríamos algo tontos a esos galanes y sus múltiples intentos de seducción, ya que nosotros sabríamos que la princesa es miope.
No lo sabemos: nuestra idea es que la falla está en los pretendientes, que ofrecen, al parecer, demasiado poco. Lo que hace el último, ya enterado del fracaso de los otros, es cambiar el enfoque del asunto. Mirar al problema de otra manera.
Muchas veces es necesario lateralizar en la vida, para darse cuenta que la solución estaba más cerca de lo que uno creía. Solo hacía falta ingenio.
No lo sabemos: nuestra idea es que la falla está en los pretendientes, que ofrecen, al parecer, demasiado poco. Lo que hace el último, ya enterado del fracaso de los otros, es cambiar el enfoque del asunto. Mirar al problema de otra manera.
Muchas veces es necesario lateralizar en la vida, para darse cuenta que la solución estaba más cerca de lo que uno creía. Solo hacía falta ingenio.
Adrián Paenza.
Pablo Amster.